Colaboración de:
Catedrático Emérito de Psiquiatría y Psicología Médica,
Universidad Complutense de Madrid.
Profesor Honorario de la Universidad Autónoma de Madrid
Académico de la Real Academia Nacional de Medicina
Colaborador de la Cátedra Fundación Cultural Forum
Filatélico de "Psicobiología y Discapacidad".
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Digamos unas palabras previas sobre la función comunicativa. La comunicación interindividual o interpersonal es un proceso circular que exige a los dos interlocutores desempeñar los papeles de emisor y receptor, sobre todo hablando y escuchando y también gesticulando y observando. Circulan así entre ambos sujetos diversos contenidos significativos distribuidos en unidades comunicacionales o mensajes. El metalenguaje o metacomunicación es la comunicación sobre la comunicación, la comunicación que da una clave de sentido al mensaje comunicado. Este sentido puede ser implícito, o sea contenido en la relación que conexiona ambas partes, o explícito, mediante alguna expresión verbal o algún gesto que subraya el significado del mensaje, por ejemplo una mímica amenazadora o decir «esto es una broma».
El trastorno de la intercomunicación humana que afecta a un amplio sector de enfermos depresivos arranca de un fallo de la capacidad de sintonización vital con los demás y con el espacio circundante, vector que ocupa un lugar primordial en el estrato vital del ser humano. A partir de este fallo, el depresivo no puede comunicarse con los otros, radical incomunicante completamente distinto al de la incomunicación esquizofrénica: el esquizofrénico trata de no comunicarse para construir un mundo propio a espaldas de la realidad.
La discomunicación depresiva es un trastorno que conduce al aislamiento del enfermo depresivo mediante el bloqueo de la emisión y la recepción, un doble bloqueo comunicativo podríamos decir, y la distorsión de la metacomunicación, en forma del registro por ambas partes de frecuentes mensajes engañosos o contradictorios (Figura 6).
El bloqueo depresivo de la emisión y la recepción se extiende a los dos niveles o canales de la comunicación interhumana directa: el principal, el lenguaje hablado y escrito, y el complementario, el lenguaje no verbal o comunicación corporal. El empobrecimiento emisor y receptor verbal se traduce en los datos siguientes: un flujo de palabras escaso, interrumpido con frecuentes silencios e inclinado a los monosílabos "si/no"; el abandono de la correspondencia o la renuncia a hacer escritos de cualquier género; la disminución de agudeza auditiva, a veces acompañada de zumbidos de oído; la dificultad o imposibilidad para escuchar a los demás.
Por su parte, el empobrecimiento emisor y receptor de la comunicación corporal se refleja en estos otros datos: la expresión facial rígida, con una mímica poco expresiva; la gesticulación muy limitada; el abandono de la indumentaria o el vestido, extendido a veces a los cuidados higiénicos; la reducción de la agudeza visual (hipoestesia sensorial), asociada en ocasiones con la visión de puntos oscuros, como si fueran "moscas volantes"; la dificultad o imposibilidad para observar a los demás. Además en algunos depresivos discomunicados se bloquea la recepción de las señales olfativas y su emisión puede tomar la forma delirante de creer que se desprenden olores desagradables del cuerpo propio (autodisosmofobia). La pérdida del sabor para las comidas es también un trastorno frecuente de esta serie.
Hay todavía un tercer canal de comunicación interhumana directa que se perfila en el espacio y se expresa mediante la distancia guardada entre el microespacio de uno mismo y el de los demás. El grado de contacto humano varía en función de la distancia entre los dos individuos. Habitualmente, se reduce el espacio entre ambos a medida que el contacto se vuelve más estrecho. Conviene distinguir al respecto entre el espacio social, donde la distancia es marcada por el grado de confianza o de respeto, así por ejemplo entre el jefe y el empleado, y el espacio íntimo, con una distancia dependiente del tipo y la profundidad de la relación personal. En esta última situación la distancia llega a volverse negativa en el acto amoroso.
Pues bien: el depresivo se mantiene recluido en un espacio muy reducido y procura mantener alejados a los demás. El máximo alejamiento impuesto por el depresivo se produce algunas veces en relación con las personas de mayor intimidad, con objeto de no sentirse comprometido a entablar con ellos un diálogo. La tendencia a rehuir a los amigos es uno de los síntomas cardinales de la discomunicación depresiva.
Como fuente de los abundantes mensajes engañosos y contradictorios que integran el trasfondo de la metacomunicación depresiva, actúa no sólo la penuria expresiva y receptora, que ya hemos visto, sino la tendencia del depresivo a teñir los mensajes recibidos y emitidos con una visión dolorosa y pesimista de la vida. Los demás pueden sentirse desconcertados o confusos ante la ambigüedad o la contradicción encerrada en las expresiones verbales y gestuales, de por sí poco claras, del depresivo. y lo que es todavía más importante, el depresivo resulta engañado o desorientado por su propia disposición a captar antes los estímulos desagradables y mortificantes que los agradables y optimistas. La mayor dificultad en mantener una conversación con el depresivo discomunicado parte muchas veces de los distorsionados mensajes recibidos por ambas partes. La distorsión comunicacional producida por el pesimismo que embarga el mundo depresivo es uno de los ejemplos más demostrativos de un fenómeno muy abundante en la sociedad conocido como catatimia.
La cerrazón del enfermo depresivo no sólo se refiere al mundo humano sino a las cosas, en particular a los medios informativos. El cambio de hábitos en el sentido de dejar de ver la televisión, abandonar la radio o cesar de leer libros o periódicos, es un acontecer que puede dimanar de la discomunicación o de la apatía anérgica. No es raro que el depresivo lamente la pérdida de capacidad intelectual o cognitiva para entender el material recibido, lo que le hace sentirse torpe y como atontado. Hay depresivos, sin embargo, que se mantienen horas y horas ante el televisor, sin enterarse de nada, con objeto simplemente de protegerse contra la conversación de los demás.
El gran déficit receptor centrado en las vías sensorial y espacial, reforzado con ciertas dificultades de comprensión intelectiva y el descenso de empatía emocional, sume al depresivo en un sentimiento de soledad radical, una soledad mucho más mortificante que todas las demás soledades. Se trata de un verdadero abismo de soledad, suscitado por el profundo aislamiento interpersonal y social referido.
El depresivo discomunicado, además de volverse muy introvertido como es lógico y estar poseído por la soledad, ofrece un terreno favorable para el surgimiento de los sentimientos negativos ante los demás, como la irritabilidad, la hostilidad, la des- confianza y los celos. Todos ellos sentimientos prestos a manifestarse mediante una conducta agresiva contra los familiares, los amigos o los acompañantes. Queda así anotado que, en contra de lo que se ha venido manteniendo en base a un supuesto antagonismo entre el humor depresivo y la agresividad, la depresión no determina de por sí la anulación de la violencia contra los demás, sino que incluso puede promocionarla utilizándola como válvula de desahogo para el aislamiento y la soledad, lo que ocurre con mucha mayor frecuencia en los hombres que en las mujeres. En esta línea surgen algunas modalidades especiales de depresión sobrecargadas de violencia de manifestación continua o a ráfagas.