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Colaboración de:

Dr. D. Francisco Alonso-Fernández

Catedrático Emérito de Psiquiatría y Psicología Médica,
         Universidad Complutense de Madrid.
Profesor Honorario de la Universidad Autónoma de Madrid
   Académico de la Real Academia Nacional de Medicina
   Colaborador de la Cátedra Fundación Cultural Forum
       Filatélico de "Psicobiología y Discapacidad".
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¿Qué es la depresión?


La palabra depresión proviene del latín deprimere y significa hundimiento o abatimiento. Lo que se hunde en la depresión es el plano vital del ser humano. Aquí reside el núcleo común a todos los enfermos depresivos. Todos ellos son enfermos de la vitalidad.

El plano o estructura vital de la persona constituye el estrato intermedio entre el cerebro y la mente y se infiltra por ambos. Los antiguos griegos pensaban que el hombre se componía de tres partes o estratos: el nous o inteligencia, el pneumation o aliento vital y el soma en cuanto a carne o cuerpo. Esta concepción estratiforme del ser humano no se abandonó nunca a lo largo de los tiempos.

El escritor romántico alemán Novalis conceptuaba la vitalidad como una especie de costra o bisagra entre el alma y el cuerpo. Nuestro gran pensador Ortega y Gasset la definía como un alma carnal, donde se funden radicalmente lo corporal y lo espiritual. En el siglo pasado el gran médico C.G. Carus, en su famosa obra Psiquis, consideraba los procesos vitales como fenómenos psicofísicos. Realmente, la vitalidad es como una especie de encrucijada entre lo psíquico y lo corporal.

La depresión acredita su primordial filiación vital al no ser un trastorno psíquico puro, sino psicofísico, puesto que engloba rasgos psicopatológicos y alteraciones somáticas. Además de las depresiones psicofísicas hay cuadros depresivos integrados sólo por sintomatología psíquica (depresión psicotropa) y en menor proporción otros dominados por los síntomas somáticos (depresión somatotropa).

La amplia pluralidad de los enfermos depresivos, se enmarca en un modelo estructural unitario, integrado por el abatimiento de la vitalidad en su conjunto o en alguno de sus sectores. El conjunto de la sintomatología depresiva, a la que deberíamos llamar más propiamente polisintomatología para hacer notar su diversidad y multiplicidad, se distribuye en cuatro dimensiones, cada una de las cuales corresponde al hundimiento de un vector o función de la vitalidad (Figura 1).

Correspondencia entre los vectores de la vitalidad y las dimensiones del estado depresivo
Figura 1. Correspondencia entre los vectores de la vitalidad y las dimensiones del estado depresivo.

 

Conviene dejar precisado la existencia de depresiones completas e incompletas. Mientras que las primeras están integradas por síntomas incluidos en las cuatro dimensiones, por lo que se llaman depresiones tetradimensionales, las incompletas se caracterizan por manifestarse con una sintomatología adscrita a una, dos o tres dimensiones, por lo que se identifican respectivamente como depresiones uni, bi o tridimensionales. Lo corriente es que el cuadro depresivo comience generalmente por una sintomatología parcial y al acentuarse se vaya volviendo más completa. Es como si el desequilibrio o hundimiento de uno de los vectores vitales arrastrase hacia abajo a los otros a partir de cierto grado de descenso propio.


Según el modelo estadounidense de depresión, el cuadro clínico de esta dolencia se organiza en forma de un trastorno del ánimo, como un humor o ánimo depresivo. Por ello, la escuela oficial de este país contempla la depresión como un trastorno afectivo o anímico y su diagnóstico sólo lo verifican cuando puede comprobarse la existencia de un estado de ánimo depresivo suficientemente consolidado.

Pude desarrollar con mi equipo de investigación en la Universidad Complutense el modelo vital de depresión tetradimensional, integrado por cuatro dimensiones, basándome en el análisis del cuadro clínico realizado por el método fenomenológico-estructural, y además mediante la observación de auténticos enfermos depresivos que no tenían humor depresivo. Vengo especificando como el error estadounidense por antonomasia la definición de la depresión como un trastorno afectivo o del ánimo. En realidad, las raíces de la depresión son más profundas y amplias y se hincan en las funciones de la vitalidad.

A tenor de que las causas de la depresión se distribuyen entre la herencia, la situación social, la ansiedad neurótica y un proceso corporal patológico o la administración de un fármaco o droga, vengo distinguiendo cuatro categorías de enfermedad depresiva (Figura 2).

 

Categorías de enfermedad depresiva
Figura 2. Categorías de enfermedad depresiva

 

Con frecuencia se produce la intervención de una causalidad mixta, lo que permite hablar por ejemplo de depresión endosituativa y de modalidades análogas. Dado que el círculo de la depresión abarca la sintomatología común a cuatro unidades de enfermedad distintas, su conjunto se perfila como un síndrome, o sea una agrupación de síntomas determinados por diversos factores, que agrupa varias enfermedades o entidades mórbidas. Por ello, la denominación más precisa propuesta por mí para la depresión es la de presentarla como un síndrome vital depresivo. Como eslabón intermedio, entre las causas fundamentales de la depresión que acabamos de mencionar y la aparición de la sintomatología depresiva, interviene un desequilibrio neuroquímico (Figura 3).

Figura 3:  Intervención del trastorno neuroquímico como factor causal inmediato del estado depresivo (a esta causalidad inmediata la medicina tradicional la viene considerando como patogenia)
Figura 3: Intervención del trastorno neuroquímico como factor causal inmediato del estado depresivo (a esta causalidad inmediata la medicina tradicional la viene considerando como patogenia)

 

 
La influencia de los distintos factores causales básicos depresivos converge, por tanto, en la producción de un desequilibrio en la bioquímica cerebral, con la afectación primordial de ciertos sistemas de neurotransmisores, en especial en la forma de una pérdida de actividad del sistema noradrenérgico, lo que se traduce en la plasmación del estado depresivo. Naturalmente, concurre aquí el desequilibrio de otros sistemas de neurotransmisores con una presencia variable entre unos y otros enfermos.

El hecho de que el desequilibrio neuroquímico depresivo sea una consecuencia de la acción de los factores causales tan distintos como la herencia, la situación sociopersonal, el conflicto neurótico y la enfermedad corporal, nos obliga a recordar que el cerebro es un sistema químico dotado de muchas aperturas. La conducta humana se organiza dentro de una especie de laboratorio químico cerebral de extraordinaria complejidad, cuya regulación es compartida por los genes, las condiciones ambientales, las vivencias, los hábitos y el funcionamiento del organismo. De aquí se trasluce que el estado neuroquímico resulta influido por las propias decisiones de la persona, con lo cual se afirma desde este punto de vista el gran potencial de libertad como un patrimonio específico del ser humano.

Por tanto, en la determinación de la depresión intervienen sucesivamente dos planos: la causalidad fundamental, distribuida en cuatro apartados, y, a continuación, la causalidad inmediata o patogenia, de índole neuroquímica, rematada con la aparición del cuadro clínico depresivo.

El cuadro clínico depresivo comprende un conjunto de síntomas (rasgos subjetivos) y signos (rasgos objetivos) un tanto heterogéneo y abigarrado, variable de unos enfermos a otros. La perspectiva clínica y el sentido didáctico coinciden en exigir una ordenación sistemática de esta amplia colección de rasgos depresivos. Hoy es posible efectuar la ordenación jerárquica de la totalidad de los síntomas y signos psíquicos y somáticos de estirpe depresiva mediante una distribución en las cuatro dimensiones que integran nuestro modelo de depresión. No hay ningún signo o síntoma presente en el estado depresivo que no se relacione al menos con una de las cuatro dimensiones.

La legitimidad de reconocer como enfermo cualquier individuo en estado depresivo viene avalada por la existencia de un desequilibrio neuroquímico subyacente, que se deja neutralizar casi siempre con la administración de un medicamento adecuado. Con el refuerzo de la intervención psicoterapéutica y el plan de vida conveniente, constituye el medicamento el cable salvador que permite al enfermo depresivo salir del profundo pozo de sufrimientos donde se halla confinado. Entre los enfermos depresivos se da la amplia coincidencia de considerar que el sufrimiento pasado durante la depresión representa el máximo quebranto experimentado por ellos a lo largo de la vida, superior incluso al dimanado del cáncer y de otras afecciones graves.

En mi libro, hoy agotado, La depresión y su diagnóstico. Nuevo modelo clínico, publicado en 1988, transmitía estas impresiones sobre la antropología de la depresión:

«El estudio de la depresión aporta muchos datos positivos para los conocimientos del ser humano. La visión del ser humano a través de la depresión nos permite captar cualidades humanas profundas e insondables; difícilmente cognoscibles por otras vías. Con seguridad, el efervescente pensamiento filosófico-psicológico existencialista de varias décadas atrás, habría prestado a la depresión una atención tan primordial como la prestada a la angustia, si se hubiese contado entonces con el rico caudal de conocimientos sobre la depresión hoy disponible.»

La antropología de la depresión nos sitúa sobre todo ante la imagen de la muerte y la realidad del sufrimiento. El Homo depressivus es esencialmente un ser pático y mortal.»

El dramatismo del sufrimiento humano generalizado puede alcanzar sus más altas cumbres en la depresión. En la depresión se sufre en todas las partes del ser, simplemente por vivir. Aún se acentúa la mortificación depresiva al ser vivida por lo general como un sufrimiento inmotivado o insuficientemente justificado. Suele acompañarse de un denso cortejo de frustraciones y temores. El sufrimiento del depresivo es símbolo de irreversibilidad. Casi todos los depresivos creen que su sufrimiento no tiene remedio. »

El depresivo se encuentra tan hastiado de la vida que llega a tutearse con la imagen de la muerte. No hay intimidad mayor con la imagen de la muerte durante la vida humana y recuérdese que el ser humano, como pusiera de relieve Pascal, es el único que sabe que va a morir, que la mantenida por el enfermo depresivo. No sólo trata a la muerte con toda familiaridad, sin respeto ni temor, sino que desea abrazarse a ella. La depresión se refleja muchas veces como un abrazo anticipado con la muerte. Esta entrega anticipada a la muerte, vivida por el enfermo depresivo, encuentra su contrapunto en el debate contra la muerte que forma el núcleo vivencial de la angustia mórbida patológica más frecuente de todas: la angustia neurótica.

Resulta muy curioso advertir que nada más que un 25% de enfermos depresivos aciertan a atribuir a la depresión los sufrimientos. El 75% restante distribuye su opinión del modo siguiente:

  El 25% mantiene que su enfermedad es un trastorno corporal orgánico o funcional.

  El 10% está convencido de padecer un trastorno psíquico puro, de tipo neurótico o ansioso.

  El 40% lejos de considerarse enfermo, atribuye sus síntomas a las incidencias de la vida, tales como preocupaciones, cansancio, remordimientos o humillaciones, o los ve como el reflejo de su propio modo de ser.

Si un amplio sector de los enfermos depresivos que acuden a consulta se presentan como atormentados por la tristeza, cual si este fuera su trastorno fundamental, ello se debe a su dificultad para analizar la propia vida mental y expresarse con precisión. El sufrimiento del enfermo depresivo es más profundo, complejo e indeterminado que el irradiado por un sentimiento triste. El estado de tristeza se debe a un motivo concreto y definido, relacionado con alguna incidencia o acontecimiento penoso de la vida. La identificación del estado de tristeza e infelicidad con la depresión presupone, cuando menos, una trivialización de la depresión tan errónea como injustificada. De ninguna manera, pues, puede definirse la enfermedad depresiva como el mal de la tristeza. Es algo mucho más profundo y abarcador.

Se ha venido presentando al Romo depressivus como el contrapunto del Romo imaginativus, al aceptar que el estado depresivo implica la anulación de la creatividad. Este postulado del que me ocupé ampliamente en mi libro El enigma Goya (la personalidad de Goya y su pintura tenebrosa), tomó un mayor desarrollo en el campo de la pintura. La aplicación inflexible de este principio condujo a negar que pintores geniales de la talla de Durero, Géricault y Goya pudieran haber plasmado obras pictóricas en pleno estado depresivo. Para dejar aquí claro este asunto, me permito transcribir un par de párrafos del mencionado libro:

«A la luz de nuestro modelo clínico tetradimensional de la depresión resulta perfectamente inteligible la existencia de un gran contingente de enfermos depresivos en los que la depresión no se traduce en una suspensión de la actividad creadora, sino en una transformación de su arte, inundándolo de vivencias mortificantes, negras y desoladas. Y es que la depresión suspende unas veces la obra creadora y otras la transforma, ambos influjos ejercidos con independencia en gran parte del grado de intensidad del cuadro clínico. El que se produzca una influencia bloqueante o transformadora sobre la pintura es función de las características de la sintomatología depresiva. Cuando el episodio depresivo está integrado por una sintomatología correspondiente a la discomunicación (pérdida de la sintonización con el ambiente) o de la anergia (anulación de las energías de los impulsos) se produce el bloqueo de la creatividad, y con ello la entrada del artista en la inactividad. En cambio, los cuadros depresivos libres de anergia y discomunicación, o con una sintomatología en estas dimensiones muy ligera, permiten continuar con el pincel para expresar las vivencias propias del estado de ánimo depresivo en el estilo y el tema de la pintura, profunda impronta que constituye la base de la pintura depresiva.»

Si nos extendemos a otras artes podemos confirmar la existencia de una música depresiva, una poesía depresiva y una literatura depresiva, para cuya muestra contamos como principal referencia, por orden respectivo, con la Tercera Sinfonía de Beethoven, El gusto por la nada de Baudelaire y Delirio filosófico de Mariano José de Larra.

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Comentarios  

+1 # ¿Qué es la depresión?Héctor Linares 04-08-2010 09:02
Muy buen material Doctor; muchísimas gracias ya que ayudó a desarrollar parte de mi trabajo de investigación.
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+2 # Hola y es un buen materialTaisis Disla Reyes 27-06-2010 16:52
Hola Dr., el documento que leí es un material interesantisimo, de tal manera que me ha servido para hacer mi monografia. si usd puede por favor digame el año en que escribio dicho material.
Responder | Responder con una citación | Citar | Reportar al moderador
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