La demencia vascular representa entre el 15 y el 20% del total de las demencias, constituyendo la segunda causa más frecuente de demencia después de la enfermedad de Alzheimer. Se calcula que, a partir de los 65 años, el 50-60% de las demencias corresponden a enfermedad de Alzheimer, el 10-25% a demencia vascular, el 10-15% a formas mixtas de EA y demencia vascular (demencia mixta), y el 10-15% restante a demencias de otra causa (Rocca et al., 1991).
La prevalencia de esta enfermedad oscila entre el 0,8 y 3,1% en mayores de 65 años, siendo menos frecuente en los países occidentales, sucediendo lo contrario en China y Japón. La prevalencia aumenta con la edad, aunque en menor proporción que en la EA y, a diferencia de ésta, es más frecuente en el sexo masculino.
La incidencia de la demencia vascular se incrementa con la edad de forma exponencial, observándose un 0,27 % pacientes año entre 60 y 69 años y un 2,74% por encima de los 80 años.
Los estudios poblacionales muestran que la supervivencia es menor en la demencia vascular que en la enfermedad de Alzheimer, en concreto los datos apuntan a una mortalidad anual que puede superar el 10%. El riesgo de que un paciente con enfermedad cerebrovascular desarrolle demencia en el espacio de un año tras un ictus puede estimarse en un 5-10%, dependiendo de la edad (Tatemichi et al., 1990).
En cuanto al pronóstico, la mayoría de los datos son concluyentes. La demencia tiene un pronóstico trágico. La supervivencia a 2,6 años del diagnóstico y a 6,7 años de inicio del cuadro demencial es del 50%, menor que en el caso de la EA. Existen, además, ciertos factores predictivos que pueden empeorar este pronóstico, tales como: sexo masculino, bajo nivel socio-cultural y bajo rendimiento en determinados tests cognitivos. Por lo general, la causa directa de muerte suele estar relacionada con una cardiopatía isquémica asociada y con infartos cerebrales recurrentes.