La prevalencia del delirium en la población general es del 0,4 % en adultos de edad igual o superior a 18 años y del 1,1% en individuos de edad igual o superior a 55 años (DSM-IV-TR 2002).
Cerca del 30% de los pacientes ancianos con patología médica presentan delirium en algún momento de su hospitalización. En un contexto quirúrgico esta cifra varía de un 10 a 50%, siendo mayor en cirugías cardíacas (30%) y de cadera (mayor a 50%) (Francis J. 1992).
En pacientes ambulatorios la prevalencia de delirium es considerablemente menor y entre aquellos que residen en residencias se estima en 9 a 10% (Naughton et al. 1995).
En el ámbito de la atención de urgencia estudios recientes han reportado una incidencia de delirium de un 10%, pero sólo uno de cada cinco casos es reconocido por el médico de urgencia (Lewis et al. 1995, Lipowsky 1989).
Existe una relación clara entre delirium y demencia. En concreto, se ha observado un 40% de delirium entre pacientes con demencia conocida a su ingreso al hospital (Levkoff et al. 1988), mientras que del total de enfermos con delirium sólo el 25% tiene demencia. En base a estos datos se postula que el delirium puede ser el primer indicador de una demencia no reconocida. Por otra parte, la demencia es uno de los factores de riesgo constitucionales para el desarrollo de delirio (Francis J. 1992).
Los individuos con enfermedad terminal suelen presentar delirium antes de fallecer aunque depende mucho de la naturaleza de las enfermedades médicas generales asociadas y de los procedimientos quirúrgicos a que se ven sometidos. En estos casos, el delirio no suele ser reversible cuando tiene lugar en las últimas 24 a 48 horas de vida (agotamiento terminal o agitación terminal) debido a la influencia de procesos irreversibles tales como el paro de múltiples órganos.