La enfermedad de Alzheimer comienza e incluye siempre trastornos de la memoria que son, desde fases muy incipientes, importantes desde el punto de vista funcional, es decir, que afectan a las actividades intelectuales en forma suficientamente grave como para interferir con el trabajo rutinario o las actividades sociales.
Cuando la pérdida de la memoria empeora, la familia y los amigos perciben que existen problemas graves. Todos tenemos trastornos de memoria, sobre todo en relación con el paso del tiempo y con el estrés, pero lo habitual es que desarrollemos estrategias para compensarlos, como por ejemplo, apuntar las cosas que hay que comprar, llevar una agenda. Aunque los fallos de memoria puedan, en alguna ocasión, jugarnos alguna mala pasada, no ocurre así en general y podemos seguir trabajando, disfrutando de actividades de ocio, ocupándonos de nuestras familias y de nosotros mismos por mucho que vayamos diciendo "¡cada vez tengo peor memoria!". Al paciente con enfermedad de Alzheimer los fallos de memoria le van limitando, de manera progresiva, sus actividades. Al principio, la pérdida se refiere, sobre todo, a hechos recientes. En esa fase llama la atención que el paciente recuerde, e incluso le guste evocar una y otra vez, con todo detalle, hechos referentes a su infancia y juventud, lo que puede mantenerse incluso ya cuando no es capaz de recordar el nombre de sus nietos o cuándo es Navidad. Poco a poco, deja de recordar todo cuanto se refiere a sí mismo, su edad, dónde vive; confunde a sus hijos o piensa que su esposo es su padre. Hay que destacar, no obstante que, aunque a veces es ya incapaz de recordar el nombre de su marido o sus hijos, su presencia suele resultarle agradable y tranquilizadora. El buen contacto afectivo, las emociones, el trato afectuoso que se le dispense acostumbra a ser aceptado y agradecido. En las fases finales se pierde, incluso, este aspecto tan primario de la relación. Un indicio para diferenciar la Enfermedad de Alzheimer del envejecimiento normal puede ser la incapacidad del paciente de comprender el significado de las palabras.
Otro elemento característico de la sintomatología de la EA, es la presencia de alteraciones del lenguaje, la llamada afasia. El paciente "olvida" el nombre de las cosas, "no le sale" el nombre, no ya de las personas o los lugares, sino de los objetos más corrientes. Al cabo de un tiempo, no entienden bien lo que se les dice o se les pregunta. El lenguaje pasa a ser cada vez más pobre, contiene menos información, las frases dejan de tener sentido y, al final, se pierde la capacidad de hablar, quedando el paciente totalmente ausente, incomunicado.
La apraxia, o dificultades para realizar los gestos que llamaríamos útiles también aparecen en el cuadro clínico de la EA. Al comienzo se manifiesta en acciones complicadas, como dibujar, manejar instrumentos de trabajo o utensilios domésticos o conducir, pero luego se pierden hasta los más simples como manejar los cubiertos, vestirse o hacer un saludo.
Los fenómenos agnósicos también están presentes en estos pacientes. Estos trastornos implican una dificultad para reconocer o comprender el significado de cuanto se ve y se toca, a pesar de una función sensorial intacta. Se pueden distinguir agnosia visual y agnosia táctil. En la agnosia visual el paciente no puede reconocer objetos habituales como silla, mesa, vaso; en la EA avanzada no reconoce el rostro de amigos, familiares y, aún, el suyo propio reflejado en un espejo (prosopoagnosia). Una agnosia visual puede ser en verdad, el trastorno primario en algunas fallas cognitivas que se atribuyen a alteraciones de la memoria o del lenguaje. En la agnosia táctil, el paciente no puede reconocer, con el sólo tacto, un objeto colocado en su mano.
Otro síntoma característico de la EA es el deterioro de la capacidad de orientación espacial. El paciente pierde la capacidad de manejar el espacio, expresa extrañeza en lugares familiares, luego se desorienta en la calle y no encuentra direcciones conocidas. Con el progreso de la enfermedad se pierde aún en su propia casa, no puede encontrar el baño o el dormitorio. Lee el reloj en espejo, no puede leer la hora, confunde el minutero con el horario, y termina por no poder reconocerlo. Con el deterioro del funcionamiento visuo-espacial se produce una caída de la capacidad construccional, ya no puede copiar diseños, dibujar espontáneamente objetos y ensamblar partes dentro de un todo. Las alteraciones visuo-espaciales se evalúan averiguando su orientación espacial, donde vive, donde se encuentra, y pidiéndole que dibuje o copie objetos como, círculos, la cara de un reloj, pentágonos superpuestos.
A todo ello se une una actitud de indiferencia o ignorancia del problema o, al menos, un subvaloración. Aunque al comienzo pueda haber una cierta depresión o ansiedad ante los fallos, pronto llama la atención la tranquilidad con que el paciente reacciona ante sus enormes despistes o errores. Es típico que los niegue, lo que a veces puede exasperar a su familia, o que intente justificarlos de una forma ingenua, infantil o, a veces, por el contrario, con explicaciones muy rebuscadas o extravagantes: "¿Qué día es?" "No sé, yo nunca me he preocupado de estas cosas" "¿Cuántos hijos tiene?" "Dos o tres", y sonríen apaciblemente, como si no tuviera la menor importancia no recordar algo así. A diferencia de la persona deprimida o ansiosa con trastornos de memoria, el paciente no parece sufrir mucho por sus dificultades. Puede enfadarse un poco, pero pronto olvida que no ha sido capaz de contestar al teléfono o que ha confundido a su hijo con su nieto.
Como, por otra parte, el paciente conserva durante mucho tiempo los automatismos sociales, tiene buen aspecto y aparentemente, lo hace "todo", entra, sale, ve TV, mira el periódico, trastea en la cocina, es fácil que el problema pase desapercibido a vecinos, conocidos o incluso, a familiares que no conviven con él. Así, es muy corriente que el cónyuge haya sufrido, sin acabar de entender qué estaba sucediendo, el inicio de una enfermedad de Alzheimer en su pareja y que, tras su fallecimiento, los hijos queden sorprendidos ante el grave deterioro mental que sufre el paciente.